Tents of Mercy (Tiendas de Misericordia) Red de Congregaciones y de Ayuda Humanitaria
Krayot, Israel

“Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos, y comparándose consigo mismos, carecen de entendimiento.” (2 Corintios 10:12)
En las semanas secas que siguen a la Pascua, aparecen malvarrosas erizadas a través de la tierra de Israel, que se elevan hacia el cielo desde el suelo rocoso, y creciendo a menudo hasta la altura de un hombre. Como si se tratara de un ramillete de flores accidental, los racimos de flores de color rosa brillante se disponen a lo largo de su esbelto tallo. Las malvarrosas son una flor de aspecto sorprendentemente elegante para el duro terreno en el que crecen.
En la parte más alta del largo tallo de la flor crece una vaina “madre” de schizocarpi que contiene vainas de semillas que se secarán al final de la temporada de crecimiento. Las semillas secas se esparcen con el viento caluroso al final del verano y luego se riegan con las lluvias de invierno antes de la siguiente primavera.
En años recientes, esta flor silvestre proveniente del Mediterráneo también se ha sembrado intencionadamente a lo largo de autopistas y las medianas de las autopistas del norte de Israel. El paisajismo orgánico y “de base” como este es una de mis cosas favoritas de la estética de Israel. En las tendencias paisajísticas, hay quienes prefieren el aspecto ultra mantenido, mientras que otros se inclinan a un estilo más salvaje y natural. Ambos pueden ser muy atractivos, pero en este caso prefiero las flores silvestres. Cuando consideramos los recursos paisajísticos, es de sabios escoger plantas que prosperan de manera natural en el clima y tierra locales.
Comparado con la obediente impresión de macizos de flores bien cuidados, las flores silvestres son casualmente y sorprendentemente bellas, apareciendo al azar y a menudo en lugares no ideales. De la misma manera que la malvarrosa, florecen en donde caen.

Estas llamativas bellezas de color rosa son mucho más altas que las plantas que tienen a su alrededor; un gran contraste con las delicadas flores silvestres que apenas uno nota porque no destacan en absoluto. La gente también puede ser así. Algunas destacan y otras no. Sin embargo, cada persona está hecha asombrosa y maravillosamente. Dios nos tejió a cada uno de nosotros en el útero materno. Nos plantó en un suelo propio y único ordenado por Dios.
La trampa de 2 Corintios 10:12
Los seres humanos siempre se han comparado entre sí. El primer asesinato en la historia ocurrió porque un hombre se comparó con su hermano, y no estaba contento con la comparación. Hoy día, nuestra sociedad sigue luchando con la misma plaga de yuxtaposición. A menudo nos vemos obligados a compararnos con los que tenemos a nuestro alrededor. Aún así, al igual que cada flor tiene sus propios rasgos únicos y necesidades ambientales, también los tenemos nosotros.
Hoy en día, la presencia de las redes sociales fomenta aún más una cultura de autoestima perpetua a través de la ventana de las reacciones y publicaciones de otras personas. Sin embargo, la verdad es que solo podemos brillar en nuestra belleza dada por Dios desde donde estamos arraigados. Nuestras circunstancias diarias, la familia en la que nacimos, nuestro cuerpo, el color de nuestra piel, todos forman el terreno del que luego damos fruto. Finalmente, determinamos si florecer o no donde somos plantados.
Las redes sociales influyen en algo más que nuestras propias percepciones de nosotros mismos; alimentan nuestras elecciones y preferencias de comunidad y nuestras afiliaciones. Con servicios transmitidos en vivo y recursos en línea disponibles con un clic, el alimento espiritual de una persona puede ser sacada de manera remota de un gran número de familias espirituales. Si bien el alimento espiritual distinto y nuevo puede ser saludable y energizante de vez en cuando, comparar comunidades espirituales puede ser destructivo, desarraigándonos, literalmente o interiormente del suelo que Dios nos ha dado.
La sociedad moderna, y quizás nuestra naturaleza humana nos exhorta a buscar lo mejor, a detectar y señalar problemas con la idea de arreglarlos o mejorarlos, y en general a ir por el mayor denominador común. Esto es cierto sobre los alimentos que consumimos, el cónyuge que escogemos, las condiciones de vida que planificamos para nosotros, y la lista continua.
El problema que hay con la comparación es que tiene el potencial de envenenar nuestras raíces mientras que esparce malestar tóxico a nuestras alianzas.
Por el contrario, Dios nos llama a fomentar un ambiente, una “tierra,” donde cada uno de nosotros nos podamos convertir en la mejor “versión” de nosotros mismos, floreciendo como Él pretendía. En vez de compararnos con otros, deberíamos buscar enriquecer y mejorar el hábitat que nos rodea para que cada “flor” brillante complemente a la otra.
“…JEHOVÁ te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos;
Y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan.
Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás…” (Isaías 58:11-12)